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01 de Julio de 2024 /
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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

¿Por qué estoy aquí?

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Nicolás Parra Herrera
X: @nicolasparrah

Al regresar a la casa, luego de una comida con unos amigos en un restaurante, mi amigo comentó que su hijo de tres años lo había sorprendido con una pregunta: “¿por qué estoy aquí, Pa?”. Mi amigo con su humor neozelandés, aún con tufos del sarcasmo y la ironía británica, le respondió: “¿Cómo así que por qué estoy acá? Porque esta es tu casa. Porque son las siete de la noche y ya es hora de dormir. Y porque vivimos en esta ciudad donde tu papá y tu mamá trabajan. Por eso estás acá. Su hijo incrédulo respondió: “No lo creo. Yo creo que estoy acá para pintar y cantar”. Todos nos reímos. Yo me quedé pensando en su respuesta. Escondía mucha verdad. Pintar y cantar, dos actos creativos que nos muestran que el mundo puede ser distinto, verse distinto y experimentarse en otros ritmos y secuencias.

El día anterior, por sugerencia de otro amigo, Jorge González Jácome, con quien comparto esta columna y coproducimos el pódcast de cine, Derecho y humanidades, El Derecho por fuera del Derecho, había visto la película Soul, de Pixar. Es sobre Joe, un jazzista y profesor de música, que accidentalmente cae en una alcantarilla en Nueva York y muere. Luego hace todo lo posible para volver a la Tierra y tener una segunda oportunidad. La película se estrenó en diciembre 25 del 2020, el año pandémico que nadie olvidará y que nos trajo, a cada uno de nosotros, interrupciones en nuestras vidas para abrirnos a preguntas como ¿por qué y para qué estoy acá?

Como el hijo de mi amigo, Joe y el alma #2 que se encuentra en el “Gran Antes”, un mundo al que por equivocación es dirigido luego de morir y donde las almas nuevas buscan y encuentran su pasión antes de ser enviadas a la Tierra para desarrollarla, se preguntan ¿por qué estamos acá? El alma #2 no encuentra su pasión pese a tratarlo todo y no quiere ir a la Tierra por esa razón. Joe está frustrado con su vida. Quiso dedicarse exclusivamente al jazz, pero las ansiedades económicas lo llevaron a aceptar un trabajo como profesor de música en un colegio. Antes de morir accidentalmente, tiene una audición para tocar con una jazzista reconocida y le dan el trabajo. La película sigue el viaje de Joe de la vida a la muerte y de la muerte a volver a la Tierra para tocar en el concierto. Soul es una película existencialista para niños, una reflexión sobre la muerte y el significado de vivir. Pero también se trata de las múltiples formas en las que podemos morir en vida: una de ellas es vaciando nuestra existencia en un trabajo que por su burocracia o los efectos que tiene en el mundo nos hace olvidar las razones por las cuales quisimos dedicarnos a una profesión. Claro, escoger nuestros oficios y trabajos es un privilegio. Pero incluso cuando los escogemos, su ejercicio no nos salva de preguntarnos ¿por qué estoy acá?

En mi trabajo como profesor y mentor de estudiantes, me encuentro con estas preguntas frecuentemente. Los estudiantes de Derecho tienen buenas razones para estudiarlo, pero a veces cuando lo practican, las preguntas de Joe y el hijo de mi amigo los acecha. A mí me ha ocurrido también. Cada vez más siento que esto deja de ser sintomático y se vuelve un patrón. Y me pregunto si el Derecho en algunos campos ha perdido su rumbo, o si estamos viviendo en una era colectiva donde el existencialismo parece ser el único antídoto a un mundo vertiginoso, colapsado, agónico y donde los espacios para “pintar y cantar” están en peligro, como las universidades.

Antes de escribir esta columna, comencé a leer el libro del filósofo del Derecho Scott Hershovitz. No su nuevo libro de filosofía del Derecho, Law as a Moral Practice, sino su libro sobre filosofía para niños: Nasty, Brutish, and Short: Adventures in Philosophy with Kids. Hershovitz, quizás pensando en Wittgenstein, sostiene que todos los niños son filósofos y dejan de serlo cuando crecen y dejan de hacer filosofía por dedicarse a cosas “más prácticas”. Quizás algo parecido nos pasa a los abogados: todos los estudiantes de Derecho son, o potencialmente pueden ser, filósofos del Derecho. Se entretienen con preguntas: para qué sirve el Derecho, qué es, cuál es la diferencia, si la hay, entre el Derecho y la moral o el Derecho y la política y otras preguntas más interesantes. Pero cuando se gradúan, muchos dejan de serlo y se olvidan de las preguntas existenciales del Derecho y de su oficio cotidiano. Por eso, creo que el hijo de mi amigo tenía razón: estamos aquí para pintar y cantar. Y esto para mí significa muchas cosas. Una de ellas es simplemente que estamos para crear y no dar por sentado que sabemos por qué estamos acá y por qué hacemos lo que hacemos.

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